Nada es para siempre: la impermanencia en la vida y en el amor

Hoy quiero hablarte de la impermanencia recordando a alguien que amo con profundidad, con gratitud y con presencia: ese amor inmenso por quizá la persona que más admiro y a quien tantas veces quisiera escuchar cuando me siento perdida.

El día en que se publica este blog, 3 de septiembre de 2025, se cumplen cinco años de la muerte de mi mamá.

Cuando lo digo, muchos prefieren expresarlo de otras formas: “el día que trascendió”, “el día que partió”. A mí me gusta decirlo con todas sus letras: el día que murió, porque repetirlo me ayuda a aceptar que ya no está físicamente conmigo. Esta fecha, tan cercana además a la de su nacimiento (8 de septiembre), siempre tendrá un profundo significado en mi historia y clara me inspira a escribir.

Su ausencia ha permitido desde lo mas profundo una transformación. Su muerte me obligó a conocerme más, a verme y sentirme de otra manera, a reconocer en mí misma tanto sus miedos como su valentía.

Recuerdo esos primeros días sin ella. Cuando estaba viva hablábamos a diario, y de repente, desde aquel 3 de septiembre de 2020, casi de forma automática a tomar el teléfono para llamarla y contarle y en un instante, con un golpe de realidad en mi mente, recordaba que ya no estaba.

No puedo decir que el mundo se detuvo o que pensé que no podría continuar, pero sí sentí que mi vida se había partido en dos: un antes con ella y un después sin ella. Pero la vida siguió, con su ritmo implacable, con giros inesperados, con esa capacidad de recordarnos, una y otra vez, que nada es para siempre. Como ella misma me dijo un día en el que lloraba la muerte de una amiga cercana: “Carmenza murió, pero igual mañana hay que presentar la renta”.

Durante años he hablado en consulta y en mis publicaciones sobre la ley de la impermanencia. Pero fue aquel 3 de septiembre cuando la entendí, de una manera brutal y profunda: la impermanencia no es una teoría ni una frase bonita, es la condición misma de la existencia.

Todo cambia, todo se transforma, todo termina en algún momento. Y aunque la muerte lo hace evidente de una forma dolorosa, también lo vemos en cualquier aspecto de la vida, el trabajo, la pareja y el amor.

La impermanencia como condición de la vida

Quizá no lo sepas, pero este concepto de la impermanencia viene de la filosofía budista, que nos recuerda que lo único permanente es el cambio.

La psicología existencial, por su parte, plantea que vivir es caminar sabiendo que somos finitos. Y aunque estas ideas puedan sonar duras, también tienen una belleza inmensa: reconocer que nada permanece igual nos invita a valorar lo que tenemos hoy.

Un día compartimos un vino con alguien que amamos y, al siguiente, esa persona puede no estar. Una pareja que parecía fuerte puede llegar a su fin. Un vínculo que creíamos eterno se convierte en recuerdo. Nada escapa a la impermanencia.

La ilusión de la permanencia en la pareja

Los terapeutas de pareja hablamos de relaciones sanas y satisfactorias. Sin embargo, hay muchas personas caminando de la mano que creen que: “Si hacen todo bien, nunca se van a separar” o “El amor verdadero es para siempre”. Estas frases, aunque nacen del deseo genuino de construir, también abren muchas preguntas.

Hace dos semanas escribí sobre el misterio de la escogencia y cómo ciertas teorías explican esa elección. Pero hoy me pregunto: más allá de teorías, ¿será la edad, el momento vital, las condiciones externas o el propio nivel de autoconocimiento lo que determina una elección que permita una relación más sana?

Mi propuesta (y claro, puedo estar equivocada) es que en la elección de pareja pongamos el corazón, sí, pero también mucho autoconocimiento. Y lo cierto es que muchas veces se elige sin conocerse primero a uno mismo.

No sorprende ver que el amor muere en relaciones marcadas por peleas constantes, falta de comunicación o incompatibilidad. Pero también he conocido parejas que han cultivado la comunicación, el respeto, la intimidad y el compromiso, y aun así terminan. ¿Por qué? Una hipótesis puede ser por esos puntos ciegos en el momento de elegir, fruto de ese desconocimiento personal. A eso se suman circunstancias externas, crisis vitales, cambios internos profundos o heridas no resueltas que emergen sin permiso.

La vida nos recuerda que no todo depende de nuestro esfuerzo. Y aceptar esto no significa amar con miedo, sino con más conciencia. Amar sin exigir garantías, sin aferrarnos a que lo que hoy tenemos será idéntico mañana.

Amar desde la conciencia de la finitud

Cuando entendemos la impermanencia, la forma de amar cambia:

🫀 Se valora el presente. Dejamos de postergar la ternura, el romanticismo, la palabra amable o el detalle, creyendo que siempre habrá tiempo.

🫀 Se ama sin aferrarse. Elegimos a nuestra pareja cada día, no porque sea eterno, sino porque hoy tiene sentido. Y esa elección diaria es la que hace posible que el presente se convierta en futuro.

🫀 Se aceptan los ciclos. Algunas relaciones nos acompañan una etapa; otras, durante muchos años. Ninguna es menos importante: todas forman parte de nuestra historia. A veces la relación cambia de sentido y, en otros casos, llega el distanciamiento.

👉 Te propongo un ejercicio: escribe hoy tres cosas que agradeces de tu pareja. No pienses en el futuro ni en lo que quisieras que cambie. Solo en lo que hoy está presente y les nutre.

Los puntos ciegos en la pareja

La impermanencia también nos recuerda que no todo está bajo control —yo diría que nada lo está—. En una relación influyen factores que muchas veces no vemos:

🧠 Patrones aprendidos en la infancia que repetimos sin darnos cuenta.

🧠 Expectativas no dichas que desgastan el vínculo.

🧠 Cambios internos que transforman nuestros deseos o prioridades.

Creer que el amor durará “porque hacemos todo bien” es negar estos puntos ciegos. Reconocerlos nos invita a ser más humildes, a trabajar en pareja con apertura y a soltar la ilusión de eternidad.

Honrar lo que fue, abrazar lo que es

Cinco años después de la muerte de mi mamá, sigo sintiendo su ausencia, pero también agradezco lo que me dejó. Lo vivido permanece en mí, aunque ella ya no esté físicamente.

Con el amor de pareja ocurre algo parecido: una relación puede terminar, pero lo compartido no desaparece. Se transforma en recuerdos, aprendizajes y huellas que nos construyen.

Aceptar la impermanencia no nos hace amar menos, nos hace amar mejor. Nos invita a ser auténticos, hacernos cargo de nosotros mismos, soltar el control, estar presentes, agradecer y vivir sin exigir que lo que amamos dure para siempre.

¿Qué pasaría si, en lugar de temerle al final, te animaras a vivir tu relación como un regalo diario, sin garantías, pero con plena conciencia de su valor en este instante?

Ahí te dejo esta pregunta y, sobre todo, esta invitación: recuerda amar aquí y ahora, con el Co-Razón 🫀🧠.

LORENA POLANÍA

Psicóloga Clínica – Fundadora

Terapeuta individual y de pareja
Egresada Master en Sexología

Coautora del Libro:
“Dos para Ser Felices”
Editorial Grijalbo.

Más Información:

lpolper@polperpsicologia.com
Tel: +57 318 2257177

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